Dicen que Buenos Aires es una majestuosa combinación entre una ciudad francesa y una española, ese perfil europeo de la capital argentina trazado por bulevares, parques y monumentales edificios forman el conjuro que hechiza a miles de visitantes. La gran ciudad que nació junto al Río de la Plata tiene mucho para ver y hacer si nos calzamos las zapatillas en modo turista.

Cuando se camina el mapa porteño, no hay que dejar de mirar para arriba, todo un paisaje arquitectónico de época engalana la urbe. Entre sus múltiples y emblemáticos edificios históricos el Palacio Barolo es un buen plan de visita, con particularidades únicas y una de las vistas más impactantes a 360° de la ciudad.

Se trata de una construcción que data de 1923 y el esplendor de su diseño sigue asombrando. Por entonces, fue el edificio más alto de Sudamérica y perteneció a Luigi Barolo, un empresario productor de algodón que le solicitó al arquitecto italiano Mario Palanti su construcción que dedicaría a la renta.

El palacio fue el primer edificio de hormigón armado de casi 100 metros de altura y está rematado por un faro giratorio de 300.000 bujías en el piso 22. En 2010, el gobierno de la ciudad impulsó la restauración para alumbrar con su destello las fiestas del bicentenario argentino.

Como en el libro, el edificio fue dividido en tres partes, por eso recorrerlo implica pasar desde el infierno, al purgatorio hasta llegar al paraíso. El Palacio Barolo declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, tiene un lenguaje arquitectónico único y el tour guiado lo aprovecha muy bien a través de una hora y media desandando cada área representativa de Dante.

Puertas adentro, la propiedad atrapa a sus huéspedes en la mística del famoso poema de Dante Alighieri, la Divina Comedia. Tanto el arquitecto como el propietario eran admiradores de esta obra maestra de la literatura italiana por lo que proyectaron el inmueble con referencias que evocan aquellas páginas.

Se suben escaleras, se descubren rincones y cada detalle, todo está lleno de simbolismos: Columnas, esculturas, decorados, bóvedas y mármoles. En el sector conocido como el paraíso se erige el faro de un siglo de antigüedad que representa al Empíreo, el punto más alto del cielo, la luz divina, la presencia misma de Dios.

Pasando por el vestíbulo con su imponente cúpula inspirada en un templo hindú dedicado al amor, hasta llegar al último piso, cada espacio tiene curiosidades por conocer vinculadas a las estrofas y los versos de la Divina Comedia.