En mi primera visita a Buenos Aires, me embargaba la emoción ante la perspectiva de conocer el Rosedal de Palermo, declarado Patrimonio Cultural de la ciudad. Las innumerables fotografías abundantes de color y los muchos comentarios positivos que había leído sobre este parque pintaron en mí una imagen de belleza natural, un remanso de tranquilidad en medio de la urbe porteña que nos recibió una mañana de marzo.

Nada más ingresar, un cartel con el plano del paseo nos indica dónde estamos. Luego de estudiarlo con atención, definimos nuestra ruta y emprendemos el camino. Con 3.4 hectáreas por recorrer, lo mejor es ir con calma para disfrutar de todos los atractivos que este lugar regala a nuestros sentidos.

Al adentrarnos por los senderos de rojiza tierra y contemplar los frondosos árboles que lo bordean, llama mi atención lo bien cuidado que está todo, con un esmero tangible por conservar el encanto de este espacio, imperturbable.

Pasamos junto al lago, donde unos simpáticos gansos se deslizan con gracilidad por la superficie. Más adelante, un inmóvil Dante Alighieri nos dedica una mirada severa. Este busto es uno de los varios monumentos en honor a renombrados literatos que se pueden encontrar en el Rosedal.

Unos pasos más nos conducen hacia la pérgola del lago, que nos envuelve con el aroma sutil de cientos de pequeñas y vistosas flores.

Luego de media hora de paseo, llegamos al jardín de rosas, donde más de 18.000 ejemplares deslumbran a quienes lo visitan durante la primavera, época de máximo desarrollo de estas especies. Aunque nosotros lo conocimos a finales del verano, motas de blanco, rosado y fucsia destacaban aquí y allá en los arbustos.

La curiosidad me embargó al encontrar flores color pastel y aspecto similar a un pañuelo arrugado. Al aproximarme para sentir su aroma, descubrí lo increíblemente fuerte y agradable que puede ser la fragancia de una rosa. Entonces nos abandonamos al disfrute olfativo, acercando el rostro ante cada nuevo espécimen que aparecía en nuestro camino.

Finalmente, el puente blanco se llevó nuestras últimas fotografías. Desde esta preciosa construcción de estilo griego admiramos la extensión del lago del Rosedal, en cuyas aguas varias personas se entretenían con paseos en bote.

Todavía nos quedó pendiente experimentar el lago desde una de aquellas coloridas embarcaciones y conocer el patio andaluz, dos infaltables en nuestra próxima visita a la capital del tango.